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LA LLORONA DEL VIEJO CALDAS, COLOMBIA

Fuente: Tatiana Valencia

Se cuenta la historia de una mujer que aparece en los pueblos y veredas de todo el viejo Caldas (Risaralda, Quindío y Caldas) en sitios como laderas cerca de los ríos, testigos que la han visto dicen que es una mujer revuelta y enlodada, ojos rojizos, vestidos sucios y deshilachados. Lleva entre sus brazos un bultico como de niño recién nacido. No hace mal a la gente, pero causan terror sus quejas y alaridos gritando a su hijo.



Las apariciones se verifican en lugares solitarios, desde las ocho de la noche, hasta las cinco de la mañana. Sus sitios preferidos son las quebradas, lagunas y charcos profundos, donde se oye el chapaleo y los gritos lastimeros. Se les aparece a los hombres infieles, a los perversos, a los borrachos, a los jugadores y en fin, a todo ser que ande haciendo maldades. Durante la guerra civil, se estableció en un el pueblo de Purificación, un Comando General, donde concentraban gentes de distintas partes del país. Uno de sus capitanes, de conducta poco recomendable y que encontraba en la guerra una aventura divertida para desahogar su pasado luctuoso de asalto y crimen, se instaló con su esposa en esta villa, que al poco tiempo abandonó para seguir en la lucha.

 


Su afligida y abandonada mujer se dedicó a la modistería para no morir de hambre mientras su marido volvía y terminaba la guerra. Al correr del tiempo las gentes hicieron circular la noticia de la muerte del capitán y la pobre señora guardó luto riguroso hasta que se le presentó un soldado que formaba parte del batallón de reclutas que venían de la capital hacia el sur, pero que por circunstancias especiales, debía demorar en aquella localidad algunas semanas.  
La viuda convencida de las noticias sobre la muerte de su marido, creyó encontrar en aquel nuevo amor un desahogo para su pena, aceptó al joven e intimó con él.
Los días de locura pasional pasaron veloces y nuevamente la costurera quedó saboreando el abandono, la soledad, la pobreza y sorbiéndose las lágrimas por la ausencia de su amado. Aquella aventura relación dejó huellas imborrables en la dolida mujer, porque a los pocos días sintió palpitar en sus entrañas el fruto de su amor.
El tiempo transcurría sin tener noticias de su amado. La añoranza se tornaba tierna al comprobar que se cumplían los nueve meses de su gestación.
Un batallón de combatientes regresaba del sur el mismo día que la costurera daba a luz un niño flacuchento y pálido. Aquel cartucho silencioso y pobre se alegró con el llanto del pequeñín.
Al atardecer de aquel mismo día, llegó corriendo a su casa una vecina amiga, a informarle que su esposo el capitán, no había muerto, porque sin temor a equivocarse, lo acababa de ver entre el cuerpo de tropa que arribaba al campamento.
En tan importuno momento, esa noticia era como para desfallecer, no por el caso que pocas horas antes había soportado, como por el agotamiento físico en que se encontraba. Miles de pensamientos fluían a su mente febril. Se levanto decidida de su cama. Se colocó un ropón deshilachado, sobre sus hombros, cogió al recién nacido, lo abrigó bien, lo agarró fuertemente contra su pecho creyendo que se lo arrebatarían y sin cerrar la puerta abandonó la choza, corriendo con dificultad. Se fue por un sendero oscuro bordeado de arbustos y protegida por el manto negro de la noche.
 
Gruesas gotas de lluvia empezaron a caer, la naturaleza sacudía fuertemente. La demente lloraba. Los arroyos crecieron, se desbordaron. Al terminar la vereda encontró el primer riachuelo, pero ya la mujer no veía. Penetró a la corriente impulsiva que la arrolló rápidamente. En sus fuertes rugidos parecía percibirse el lamento de una mujer, que gritaba la perdida de su hijo a causa de las aguas crecidas del rio. Dicen que desde ese momento la mujer vaga por las orillas de los ríos y quebradas buscando aun el cuerpo de su doliente hijo que fue tragado por las aguas. Es un alma en pena, una mujer afligida por la perdida de su hijo, con la esperanza de que algún día lo encontrara.

Los que han escuchado y la han visto dicen que en el pasar de la noche desde sus fincas o haciendas cercanas a los ríos y quebradas, se escuchan sus gemidos, lamentando la pérdida de su hijo, la mujer adolorida grita muy fuerte las siguientes palabras: “HAY MI HIJO, DONDE ESTA MI HIJO, HAY MI HIJO”, sin hacer más daño.




La Llorona, sola y afligida, es un alma en pena 



Otras versiones

Otras de las versiones es que la mujer arrojo al niño en una canastilla, para que alguna de las lavanderas del sector lo encontraran, ya que ella no podía alimentarlo y estaba a punto de morir, pero que la mujer no miro bien por donde arrojo su hijo al rio, y cuando ella menos lo creyó el bebe desapareció entre las aguas turbias, desde ese instante lo busca con gran dolor y desespero, que no comía, no dormía, por tratar de encontrarlo a la orilla, la mujer murió en su dura búsqueda, pero su alma siguió soportando la dolorosa perdida y continua aun buscando a su querido hijo.


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